Hablar de nuestro propio cuerpo es algo muy difícil, pero parece ser que hablar de los cuerpos de los demás y tener una opinión sobre ellos es algo muy fácil y generalmente se hace desde un punto de vista crítico.
¿Por qué es más fácil hablar del cuerpo de alguien más que el de uno mismo? ¿Con qué facilidad sueles juzgar a alguien por su cuerpo? ¿Por qué crees que es necesario tener una opinión sobre el cuerpo de alguien más?
Se dice que nosotros somos nuestros peores jueces, pero somos igual de duros con la gente que nos rodea sin pensar en las consecuencias de ello.
Hoy he decidido hablar de mi cuerpo y del proceso e importancia que tiene crear una buena relación con el.
Jamás pensé que a mis 31 años iba a decir “por fin me gusta mi cuerpo” es surreal para mi ya que llevaba tantos años rechazándolo que creí que ese día jamás llegaría, que simplemente aprendería a vivir con él y llevar una relación amigable.
La realidad es que no recuerdo un día de mi vida sin que haya tenido al menos un momento de rechazo a mi cuerpo, ya sea por que me vi en el espejo o mi abdomen se abultaba en los jeans o al sentir la inflamación después de comer en exceso o en el gimnasio comparándome con la súper atleta rompiéndola en la caminadora o al estar en la alberca o al usar el vestido que tanto me gustaba pero ya no me cerraba, entre un millón de circunstancias más.
Vivimos bombardeados de información, hoy en día se atribuye a las redes sociales pero yo crecí viendo a Pamela Anderson corriendo en la playa en un traje de baño rojo salvando vidas, a Britney Spears con un abdomen envidiable, a Cristina Aguilera con una cintura mínima, a Rachel y a Mónica con los brazos más tonificados que he visto en mi vida e infinidad de mujeres hermosas en las revistas con las cuales desde muy temprana edad me comparaba y en realidad apreciaba su belleza pero al mismo tiempo rechazaba mi apariencia ya que creía que debía de lucir así para ser hermosa.
En la pubertad era bastante delgada, demasiado delgada, sin necesidad de hacer ejercicio o limitar mi alimentación, pero ¿quién dijo que el ejercicio y llevar una dieta balanceada es sólo para estar flaca? pues esa fue mi ideología por años. Yo creía que no necesitaba ninguna de las dos, por fortuna me encantaba andar en bici, nadar y jugar futbol y mi mamá nos alimentaba de manera saludable, pero una vez que llegue a la adolescencia mi cuerpo y mis gustos cambiaron, y no le echo la culpa a mi mamá ni mucho menos pero yo empecé a tomar control de mi alimentación y mis hábitos, me volví una persona sedentaria y le di prioridad a las convivencias con amigos que a las actividades físicas, al fin “yo no engordaba”.
Fue hasta que entré a preparatoria donde la hormona y la ignorancia me llevaron a subir de peso, por primera vez en mi vida conocí la “verdadera” batalla, yo comía “normal” y de repente mi abdomen ya no lucía igual, empecé a beber en exceso como se suele hacer a esa edad y a curar mis crudas con comidas con exceso de grasas y mucha mucha cerveza, mi cuerpo ya no era el mismo.
Me da un poco de pena admitir que estos malos hábitos duraron mucho más tiempo en mi vida de lo que me gustaría aceptar, pero es parte de mi proceso y cada una de las calorías que consumí me han hecho quién soy, pero me hubiese gustado saber que no estaba sola y que mi situación es mucho más común de lo que creemos.
En la universidad, el peso siguió aumentando y yo se lo atribuía a la “nada” echaba culpas, pero jamás asumía que debía cambiar mis hábitos, fue entonces que toqué fondo, un día desesperada creé un plan “ideal”: Vomitar o laxarme después de comer. Ya que era evidente que mi pasión por la comida y la bebida era tan grande que jamás hubiera sacrificado dejar de comer, prefería purgarme antes de dejar de comer en exceso.
Fue entonces que tuve la plática sería con mis papás y les conté lo que tramaba, por fortuna ambos son muy receptivos y me ayudaron a sabotear mi plan “ideal” y a tomar las riendas del asunto. Me inscribí a un gimnasio y acudí a una nutrióloga. En tan solo unos meses estaba de regreso, pesaba 48kg y me veía ultra flaca, para mi eso significaba: éxito. Estaba tan delgada que era talla 00 y se me caían los pantalones, mi pompas y chichis (aprendamos a decir senos, busto o pechos) desaparecieron, toda mi ropa me quedaba enorme y sumemos que me tomaba un par de copas y estaba borracha, prefería dejar de comer que subir un par de kilos.
Tenía un concepto demasiado distorsionado de salud, creía que al estar flaca mi salud estaba bien, que al estar horas en una caminadora y tomar mil clases en el gimnasio era estar sana, siendo honesta yo siempre soñé con un cuerpo tonificado pero me conformaba con estar flaca, la respuesta de mi nutrióloga era “no hagas pesas” “no corras por que no cuenta” “es mejor que camines dos horas para quemar las calorías” “tu toma Coca mientras sea light” entre mil y un más consejos que no me llevaron a nada.
Por supuesto que no cambié mis hábitos solo los disfracé un rato para llegar a mí meta “el peso mínimo” pero… después que ¿qué sigue? Nadie me habló de mantenimiento y mucho menos que los buenos hábitos son para siempre, un trabajo de toda la vida. Por lo tanto, después de irme de intercambio tuve una regresión y todos los malos hábitos volvieron, comía y bebía en exceso, me saltaba comidas para evitar “engordar”, no dormía y aunque caminaba muchísimo no compensaba todo lo demás.
Al volver a México con 7kg encima decidí que yo tenía la fuerza de voluntad para volver a mi peso mínimo lo cual terminó siendo un fracaso y recuperé los kilitos que había bajado y así di inicio a mi sube y baja personal. Subir y bajar de peso constantemente manteniéndome en un rango de peso, pero jamás satisfecha conmigo, solo un espejismo de que por lo menos no tenía que comprar ropa cada vez.
Me eché así algunos años hasta que llego el día en que me iba a casar, una razón más para decir “debo lucir de esta forma para ser feliz” y claro que lo logré, la motivación de tener que perpetuar ese día con un cuerpo “decente” y mantener el peso por 9 meses (por que es el tiempo que tardan en hacer el vestido) fue el motor perfecto para mantener el peso ideal para el gran día, pero como era de esperarse disfruté de la luna de miel sin limites y gané algunos kilos.
Al montar mi casa una de las compras que estaban hasta arriba de la lista era una báscula para así poder mantener un equilibrio y no volver a caer en el limbo de subidas y bajadas, la realidad es que pude sobrellevar de mejor manera el rechazo a mi cuerpo ya que no tenía un espejo de cuerpo completo en el baño ni en el cuarto por lo qué no tenía esa lucha todos los días y de alguna forma mantuve un tiempo un peso aceptable (para mi paz mental) pero después la intensidad del trabajo fue el nuevo pretexto para descuidar mi alimentación, fumar en exceso, beber refrescos entre cortes y no hacer nada de ejercicio, la ventaja es que mi trabajo era tan intenso que el sedentarismo no era parte de mi vocabulario.
Fue hasta que me fui de maestría que decidí que era el momento para iniciar un nuevo capítulo en mi vida en donde el significado de hacer ejercicio no fuera bajar de peso, donde comer fuera divertido y no un motivo de auto flagelarme, donde mi valor como persona no se basara en mi peso, un capítulo donde ser yo misma fuera la mejor versión de mi. Sin comparaciones.
Durante este proceso descubrí que correr es mi deporte favorito, que subir montañas es mi pasión, que comer sin culpa es más gratificante, que ejercitarme es más divertido si la meta es ser feliz y no verme como tal persona y que mi valor no se basa en mi cuerpo si no en como me relaciono con mi entorno.
Hoy tres años después de haber empezado ese viaje puedo decir que me acepto tal cual soy sin poner un número en la bascula, sin decir que quiero el cuerpo de alguien más, hago ejercicio al menos 4 veces a la semana por puro placer, como balanceado por el gusto de nutrir mi cuerpo y por supuesto me doy algunos gustitos de vez en cuando, mi nutrióloga escucha mis necesidades y no me impone, ni limita, disfruto de una copa de vino o de un tequila sin necesidad de llegar a la intoxicación y finalmente me puedo ver en el espejo sin juzgarme y quererme arrancar la piel.
Sé que llegar a este día ha sido un proceso largo que me tomó aproximadamente toda mi vida, pero gracias a ello aprendí qué es esto. Esto no acaba aquí, esto no es llegar a la meta, la meta es la vida en sí misma, ahora entiendo que esto es un estilo de vida, no un proceso para llegar a un número en la bascula, es un trabajo de todos los días y requiere de mucha disciplina, pero también de mucha empatía y muchísimo amor propio.
Busco ser la mejor versión de mí con base a mis necesidades y no a los estándares de belleza que se han establecido a lo largo de la historia de la humanidad.
Sí mi cuerpo está tonificado es por que así lo quiero, sí tengo un par de pliegues es por que así es, sí tengo vello en el cuerpo es por qué es natural, sí tengo celulitis es por que así es mi piel, sí tengo varices es por que así es mi circulación, sí tengo vitiligo es por que así es mi pigmentación, sí tengo pecas es por que el sol me besa, sí tengo el pelo corto es por que así me gusta, sí tienes algún problema con ello, yo no debo de cambiar, tú debes de trabajar en ti y dejar de opinar del cuerpo de los demás.
Me hubiera encantado que alguien me explicara con bolitas y palitos durante mi vida que el valor de una persona, una mujer, no se basa en su físico ni su peso, porque, aunque siempre vi a muchas mujeres con mucho amor, yo no tenía la capacidad de hacerlo conmigo misma, me castigaba por no verme como “debería”.
Así concluyo la historia de mi cuerpo, al cual le doy las gracias todos los días por ser el motor que me lleva a todos lados, me acompaña día a día sano y fuerte y con el cual espero aun tener un largo camino por recorrer, que sea un viaje lleno de amor, comprensión, empatía, paciencia y compasión.
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